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Las obras que Carmen Tischler presenta en el Centro Damián Bayón del Instituto de América de Santa Fe, buscan el secreto del paisaje, extraen las claves del horizonte, materializan la distancia y la perspectiva con la medida de los sentimientos. Se alza entonces la figuración de un escenario a través de un armazón de trazos, colores y serena geometría para sostener las emociones entre el mundo rural y el industrial. Miradas múltiples frente a la visión biunívoca y obvia: la construcción estética de la diversidad, la perplejidad y también la duda; la morfología de la libertad y el asombro.
La abstracción aquí es un lenguaje para obtener la esencia de aquella realidad a través de la propia experiencia. Profundizando las relaciones entre la forma y los tonos; cuanto más se enriquece el color con más precisión se desdibujan los esquemas y los contornos de las cosas y la mirada adquiere entonces una dimensión psicológica y emotiva; conceptos que no encierran otro territorio o comarca que la memoria recién nacida.
La luz ofrece una gama de formas y colores que alteran la mirada para alcanzar aquella utopía que comprende la sensualidad de lugares insólitos en los que la ciudad yace bajo nuestras intuiciones. La obra que se muestra es una oportunidad para acercarnos a la textura de las cosas, dándole una oportunidad al azar y a los juegos íntimos que origina la geometría. La suma de luces y veladuras conforma la caligrafía de las emociones, la voluntad de mirar y la metáfora de los sueños, ya que estos cuadros se deben leer en clave poética: son imágenes rimadas, una romántica visión de las distancias, nostalgias de arquitecturas, arqueología de los arrabales industriales, simbolismo de la modernidad insatisfecha y desamparada, melancolías sociales donde somos protagonistas de la agresividad del espacio cuando este se cuadricula y se acota, panorámica del espíritu, geografía de la eterna renovación del mundo… En definitiva siluetas de comarcas propicias para el prodigio de ver y de vivir, para evitar la postal, la tontería de cartón piedra, teniendo la libertad de los viajes sin pasaporte, billete, ni billetera, esos que se hacen con una brújula rota y un reloj que retrasa, pero que señalan de forma inequívoca la dirección de la sorpresa.
En palabras de la propia artista, que vive y tiene su estudio en Viznar desde donde vigila la Sierra de Huetor,  ella se limita a reconocer y describir la abstracción que muestra la naturaleza, las alegrías y tristezas del habitat, el atributo verdadero que tiene cada mirada cuando se contempla la tierra de nadie. Su extensa obra de estos dos últimos años (se han dejado en los almacenes un tercio de sus trabajos) conjuga sobre las tablas las pizarras y blancos junto a los amarillos, rojos, anaranjados, azules y sienas, en resultados de gran formato donde la composición de los volúmenes se simplifica hasta el punto de expresarlos con sólo la yuxtaposición de manchas. Carmen Tischler, que inició su formación en artes y oficios y que concluyó en Madrid y en la Universidad de Granada con su licenciatura en Bellas Artes, representa la luz y las formas reveladas por el urbanismo mediante el color y la estructura lineal de signos, resaltando la vivacidad lumínica de su paleta  de un modo ordenado y expresivo. La artista de forma continua rehace sus trabajos hasta alcanzar sus objetivos, por lo que sus frutos son un proceso continuo de transformación hasta revelar con rigor la modulación cromática de todas sus abstracciones.